lunes, 11 de enero de 2010

Círculos concéntricos

Si la estructura de La Barca Voladora tuviese una forma geométrica, esa sería la de los círculos concéntricos. Un aro exterior estaría reservado para el protagonista, el gran viajero que emprende un itinerario que le llevará toda una vida y que acabará en el mismo lugar desde el que zarpó.
Los círculos interiores son para las distintas subtramas que espontáneamente han surgido y que del mismo modo eran cerradas en distintas partes del libro, que, recordamos tiene cuatro, El mar descubierto, Diversas formas de esclavitud, Se busca pastor de hombres y El silencio tras la batalla. Personajes que aparecen durante un instante o todo un tramo y que después permanecen dormidos para despertar y cerrar sus respectivas tramas, preguntas que quedan en el aire y tiempo después, casi sin aviso son resueltas, todo parece tener la necesidad de ser zanjado, como si nada pudiese quedar en el aire.
Y todo ello, como ya se ha señalado varias veces, sin un plan previo, todo improvisación, un asombro que hacía pensar en la magia del acto creativo en su más pura esencia.
Cuántas veces he pensado si el libro hubiese tenido el mismo resultado en caso de haberlo planificado todo antes de ponerme a escribir.

jueves, 7 de enero de 2010

El viaje

Pocas cosas fascinan más al ser humano que viajar. Fruto de ese don que la Naturaleza le otorgó llamado curiosidad, hombres y mujeres han recorrido el mundo, sus mundos, sin cesar, ya sea por itinerarios conocidos o no, con destinos previstos o ignorados, con el equipaje idóneo o sólo con lo puesto. Y se puede decir, sin miedo a equivocarse, que sin esa cualidad viajera, el ser humano no sería lo que es.
La Barca Voladora se nutre de ese afán viajero. De hecho, el viaje es su razón de ser. Si alguien me pregunta ¿de qué va La Barca Voladora?, la primera respuesta que despiden mis labios es: de un viaje. Su protagonista apenas es mostrado haciendo otra cosa que no sea viajar y cuando no lo hace, es porque se está preparando para su reanudación.
Es un viaje compuesto, a su vez, de múltiples viajes, sin otro motivo salvo el de... viajar.
Siendo muy joven emprende la partida sin rumbo fijo, sin un destino establecido. Disfruta así de la rotundidad del verbo viajar que, sin un punto final marcado, ya no es un "voy a..." sino un "voy", con lo que el acto se convierte en motivo.
Mientras tanto, el viajero madura, crece, cree conocerse a sí mismo mientras otros se cruzan en su vida, aportándole nuevos motivos para seguir viajando. Vive para viajar o, creo que resulta más correcto, viaja para vivir o, aún más profundamente, vive porque viaja. Sólo así este hombre ES (con mayúscula) y, cuando ya es demasiado viejo o está agotado para seguir adelante y mira hacia atrás, sólo ve una estela, sus huellas en los océanos que navegó, en las calles que pisó, en los desiertos que atravesó.
El lector viaja con él y sabe que cada parada en el camino es un mero acto de transición hacia la siguiente etapa.
El escritor les hizo viajar (tanto a protagonista como a lector) y viajó con ellos en una odisea siempre nueva con cada nuevo sol. La vida de su protagonista se le hace corta y tristemente no caben más viajes, como si no pudiera haber viajado bastante, como si no quedarán más senderos que recorrer.
Con cada itinerario surgen más dudas que certezas, más preguntas que respuestas, el perfecto combustible para no detenerse y seguir siempre adelante, "hacia donde señale la proa".
Ciertamente sí, el viaje fascina al ser humano. Viajar es vivir nos parece afirmar el patrón de La Barca Voladora. Y yo estoy totalmente de acuerdo con él.