Si la estructura de La Barca Voladora tuviese una forma geométrica, esa sería la de los círculos concéntricos. Un aro exterior estaría reservado para el protagonista, el gran viajero que emprende un itinerario que le llevará toda una vida y que acabará en el mismo lugar desde el que zarpó.
Los círculos interiores son para las distintas subtramas que espontáneamente han surgido y que del mismo modo eran cerradas en distintas partes del libro, que, recordamos tiene cuatro, El mar descubierto, Diversas formas de esclavitud, Se busca pastor de hombres y El silencio tras la batalla. Personajes que aparecen durante un instante o todo un tramo y que después permanecen dormidos para despertar y cerrar sus respectivas tramas, preguntas que quedan en el aire y tiempo después, casi sin aviso son resueltas, todo parece tener la necesidad de ser zanjado, como si nada pudiese quedar en el aire.
Y todo ello, como ya se ha señalado varias veces, sin un plan previo, todo improvisación, un asombro que hacía pensar en la magia del acto creativo en su más pura esencia.
Cuántas veces he pensado si el libro hubiese tenido el mismo resultado en caso de haberlo planificado todo antes de ponerme a escribir.