En esta novela, diríamos de viajes, apenas se mencionan los nombres de los lugares por donde transcurre la acción. Si acaso, podremos leer "un puerto andaluz", "tierras irlandesas", "Cabo de Hornos", "Waterloo", "el Caribe". Tampoco tendría tanta importancia la ausencia de menciones si no fuera porque este texto de aventuras y filosofía vitalista discurre en un continuo viaje a través del océano Atlántico, con incursión incluida en el Pacífico.
Los personajes no permanecen mucho tiempo en cada lugar, por lo que podría decirse que es un relato de viajes, pero sin mencionar las ubicaciones reales. En realidad, creo que intentaba conseguir plena libertad deambulatoria al protagonista. Procuré respetar la correcta y realista duración de los itinerarios recorridos, ya fuera navegando, a pie o en carruaje, eso sí.
Sin embargo, aunque no se mencionan los nombres de los lugares, tampoco éstos son inventados. Como si fuera una especie de juego, una sugerencia al lector para que decida, según su experiencia, conocimientos y buen criterio, dónde le parece mejor que la acción se desarrolle. Si yo escribí la obra con libertad, con libertad me gustaría que fuese leída.
Así, nos encontramos inabarcables océanos, recónditas islas con tesoros escondidos, puertos infames de piratas, desiertos implacables, campos de batalla desolados, cuevas con secretos...
Nuestro viajero nunca está quieto, como una enfermedad cuyo síntoma es la ausencia de inmovilidad, pero tampoco es tan importante nombrar dónde está. Lo que cuenta, de ese modo, es lo que allá donde se encuentra sucede. Elimino, así, prejuicios nacionales, simpatías geográficas o sus correspondientes odios.
El escenario es el mundo entero, o puede serlo, porque puede ser cualquier sitio.
Si no hay fronteras, no hay aranceles y, con su ausencia, se es libre de caminar o navegar. Casi podría decir que son las estrellas las que indican a los personajes dónde están, más que las banderas, los idiomas o los carteles.
Trato de cumplir así con la condición ineludible y deseable de esta novela, esto es, la escritura libre, de la que tanto he hablado ya (y lo que queda).
Los personajes no permanecen mucho tiempo en cada lugar, por lo que podría decirse que es un relato de viajes, pero sin mencionar las ubicaciones reales. En realidad, creo que intentaba conseguir plena libertad deambulatoria al protagonista. Procuré respetar la correcta y realista duración de los itinerarios recorridos, ya fuera navegando, a pie o en carruaje, eso sí.
Sin embargo, aunque no se mencionan los nombres de los lugares, tampoco éstos son inventados. Como si fuera una especie de juego, una sugerencia al lector para que decida, según su experiencia, conocimientos y buen criterio, dónde le parece mejor que la acción se desarrolle. Si yo escribí la obra con libertad, con libertad me gustaría que fuese leída.
Así, nos encontramos inabarcables océanos, recónditas islas con tesoros escondidos, puertos infames de piratas, desiertos implacables, campos de batalla desolados, cuevas con secretos...
Nuestro viajero nunca está quieto, como una enfermedad cuyo síntoma es la ausencia de inmovilidad, pero tampoco es tan importante nombrar dónde está. Lo que cuenta, de ese modo, es lo que allá donde se encuentra sucede. Elimino, así, prejuicios nacionales, simpatías geográficas o sus correspondientes odios.
El escenario es el mundo entero, o puede serlo, porque puede ser cualquier sitio.
Si no hay fronteras, no hay aranceles y, con su ausencia, se es libre de caminar o navegar. Casi podría decir que son las estrellas las que indican a los personajes dónde están, más que las banderas, los idiomas o los carteles.
Trato de cumplir así con la condición ineludible y deseable de esta novela, esto es, la escritura libre, de la que tanto he hablado ya (y lo que queda).
La escritura libre... yo practico la lectura libre, y son libros asi los que me permiten disfrutar uniendo mi imaginacion a la del escritor.
ResponderEliminarUn saludo libre :)