A finales de diciembre de 2004, mi esposa me compró en Lituania un cuaderno de unas cuatrocientas páginas en blanco, sin líneas ni cuadrículas. Las pastas eran marrones y duras, sin adornos, pero traían una funda de piel con el relieve de una imagen típica de Vilnius, la capital del país, en la portada elaborado con el mismo material . El robusto tomo se cerraba con dos tiras rematadas en corchetes.
Una vez en casa, en Griñón, tomé el cuaderno, un lápiz y, sin ningunda idea preconcebida y dejando una página de cortesía, escribí con el placer que supone estrenar un cuaderno en su pímera página virgen:
No sé dónde acabará este extraño viaje, pero no será en una apacible playa, pues éste no será un buen viaje. Lo sé porque en cuatro renglones mal escritos aparece la negación NO cuatro veces. Aún así, arriesgaré las monedas que pagué por el pasaje, sólo de ida, aunque ésto no me preocupa, que no tenga billete de vuelta, quiero decir, porque si los hados son propicios, en este viaje daré la vuelta completa. Así me ahorro mi dinero y a los que me despidieron en el puerto les sorprenderé por la espalda, que no es un modo desdeñable de regresar. Odiaría que me vieran llegar a lo lejos, desde el horizonte, y que, según me acercase a ellos, evaluasen mis adquiridas cojeras y mis cicatrices. Odiaría realmente que sus abrazos de bienvenida fuesen compasivos en lugar de melancólicos.
Aquí introduje un pequeño dibujo, un pantalán de troncos del que acababa de partir un velero que dejaba su estela en el mar.
Y seguí:
Procuraré esconder la mirada triste porque la ilusión del que parte no es suficiente contra la tristeza de dejar tus huellas. No quiero que me vean llorar. Los hombres no lloran y menos los que parten solos. Hay que guardar las lágrimas para el enorme mundo que espera allá donde señala la proa.
¡Salve, incertidumbre, dueña de mis actos y de mi futuro! ¡Salve!
Apenas he olvidado que comencé este viaje con un NO y ya ha anochecido. No me cobija ningún tejado. Espero que Poseidón duerma o que si vigila, no le parezca yo tan peligroso o atractivo como para mostrarme su lecho de las profundidades. Que no sean unas millas marinas todo mi recorrido. Poco habrían de perdurar mis hazañas entonces.
Será mejor, entonces, que deje de pensar y que duerma, en un diálogo silencioso con las estrellas.
(Griñón, diciembre de 2004)
Este fue el comienzo, sin pulir ni corregir erratas, malas puntuaciones o repeticiones. Simplemente escribí las palabras que llegaron a mi mano derecha, disfrutando con el mero hecho de dibujar trazos en una página en blanco. Después, leí lo escrito y me gustó. Se forjó, entonces, una idea en mi mente. Cada día escribiría un poco más, lo que se pudiera, un párrafo o diez páginas, pero habría que cumplir una condición. Sólo retomaría lo último escrito y nada debería ser meditado antes de escribirlo. Pura improvisación. Cuatrocientas páginas de improvisación me retaban a ver hasta dónde sería capaz de llegar.
Fue el comienzo de una hermosa aventura, un verdadero acto creativo, sin prejuicios, sin ideas preconcebidas, sin ataduras, sin esquemas, sin tarjetitas ni diagramas. La palabra FIN fue escrita una año y tres meses después en la página 347. Hasta entonces, el deleite de la escritura fue el único protagonista de la historia y los detalles serán narrados en posteriores entradas de este blog.
Será una reflexión sobre el acto de creación de una novela que ya ha sido publicada y para la que el corazón me dice que le esperan grandes logros.
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