viernes, 3 de julio de 2009

Sin trabas

Así comenzó esta aventura de escribir, que resultó muy placentera y estimulante, un deleite para paladares hechos de tinta de pluma. La premisa fundamental que había que atreverse a admitir y a respetar era la libertad del acto creativo, que la escritura fuese libre, ausente de cualquier tipo de censura en cuanto a qué, cómo y cuándo contarlo.
Para lograr tan osado objetivo, el primer paso era portar siempre el cuaderno y el lápiz. No importaba dónde fuera, el cuaderno y el lápiz iban conmigo, los más leales compañeros. Si me hubiese ceñido a escribir en el escritorio de mi despacho, lugar donde son escritos habitualmente mis textos, no me hubiese permitido esa libertad; habría caído en la tentación de hacer esquemas, elaborar tarjetas y fichas, redactar escaletas, vamos, la parafernalia habitual de la creación novelística. Si sólo podía llevar encima el cuaderno, nada de todo eso podría influir en el párrafo siguiente.
Tampoco importaba si un día sólo se escribían dos líneas y al siguiente dieciséis páginas. Interesaba sólo escribir, ver cómo la narración avanzaba. Ya habría tiempo de corregir, de repasar, de cuadrar situaciones y personajes (en este tema me llevaría muchas y muy agradables sorpresas). Pero, mientras, no. Simplemente, tocaba disfrutar con la creación pura, sin trabas, sin ataduras, de dibujar trazos con forma de letra en el papel en blanco.
Tomaba mi cuaderno, leía el párrafo anterior y me preguntaba: ahora, ¿qué sucede? Sólo entonces, escribiendo, hallaba la respuesta a esa pregunta.
Así, encontramos líneas redactadas en Griñón, Alcorcón, Roquetas de Mar, Cádiz, Getafe, Madrid, San Pedro del Pinatar, Oviedo, Santander, Colindres, Fuenlabrada. Se empezó en Griñón y en Griñón se terminó.
Aprovechaba un rato de espera a la mujer a que saliera del trabajo, un paseo por el parque, las tardes en casa, las estancias en hoteles por temas de trabajo. Cualquier momento y sitio debían ser válidos. Nada era descartado en función de si tendría más o menos tiempo, de si me interrumpirían o no. Sólo había que hacer una cosa: escribir y, después, escribir más. Sólo eso. Casi nada.

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